martes, 26 de agosto de 2008

Sí, “quizá sea el momento”



Mientras escribía una reflexión acerca del campeonato de segunda del Club Deportivo Vallekas para compartirla con ustedes, me encontré en “Noticias del Ajusco” una solicitud de comentar en este espacio algo relativo a la polémica intervención que hace unos meses un servidor hizo intitulada iracunda y premeditadamente “Ley Gestapo del Ajusco”, motivada por una percepción de persecución de la mesa directiva para con mi equipo. Honestamente me extraña la solicitud, en primera porque es extensiva a la directiva del equipo, cuando el que escribió aquella intervención fui yo a título personal en un momento en que no ocupaba cargo alguno en el organigrama del Vallekas, y en segunda, porque la solicitud se relaciona con el campeonato de segunda recién obtenido.

Cuando escribí aquella carta dije que no tenía pruebas para sostener lo que yo consideré una persecución hacia el equipo, pero que no me hacían falta para saberlo y hubo quien me exigió pruebas o en su defecto una disculpa hacia la mesa. Ya en las discusiones del asunto en la junta de delegados, acepté que se trataba de un error motivado por exceso de trabajo tanto de la Tesorería como de la Comisión de Penas y no una estrategia dolosa para sacarnos de la liga. Hoy, sostengo que fue un error humano en ambos niveles y que fue un error de mi parte lanzarme como lo hice sin las pruebas que sustentaran mi postura. Y si efectivamente, como se menciona en “Noticias del Ajusco”, Martín L. Guzmán está esperando un comentario al respecto, ratifico la asunción de mi error y asumo también que no hay elementos para sostener la idea de “fantasmas y otras fantasías” persecutorias hacia el Vallekas, ni por parte del tesorero ni de ningún otro miembro de la liga. Y aunque las sanciones levantadas y las ratificadas no me parecieron lo más justo para con el caso, tampoco resultaron excesivas, ni los puntos quitados en lo deportivo significaron a la postre ventaja o desventaja para equipo alguno en la lucha por el ascenso.


Me parece importante recalcar que el Vallekas es campeón de segunda por méritos propios, que si bien no le quitaron nada injustificadamente, tampoco se lo regalaron. La autocrítica interna y la reestructuración en el manejo administrativo del Club, se iniciaron antes de aquel polémico episodio (por eso causó tanta indignación y tanta desilusión al interior) Nos propusimos mejorar dentro y fuera del campo desde que ascendimos a segunda la temporada anterior y lo conseguimos en alguna medida. Con ello y con “las causas que andan cercando y el azar que se viene enredando” logramos el título. Me preocupa que se piense que somos campeones porque sí se nos quiere en la liga y en la mesa directiva. La solicitud de disculpa me pareció algo así como “ya ven como sí se les quiere, si hasta son campeones”. Por la nota al final sospecho que fuiste tú Doc quien la solicita y sospecho además que reconoces que nuestro logro es resultado de nuestros propios esfuerzos. Tampoco quiero reeditar viejas y subsanadas querellas, pero si quiero decir que el Vallekas jugó con y contra el reglamento, los contrarios, las lesiones, las ausencias, los árbitros, el clima y la fortuna como todos los demás equipos. Es más, un elemento importante que nos permitió enfrentar con mayor decisión y soltura el encuentro definitivo fue olvidarnos de rencores dentro y fuera del equipo. Incluso, he de decir que gracias a esa situación (insisto) malinterpretada por un servidor, el campeonato me supo más sabroso.

Agradezco el recurso mnemotécnico que me evoca aquella deuda pendiente, agradezco el interés de quienes se preocupan o se preocuparon por señalar mis errores y agradezco especialmente el temple, el coraje y la tenacidad de mis coequiperos que hicieron de un gran grupo de amigos, un grupo de campeones.

Chino.

jueves, 31 de enero de 2008

Onomásticos en discordia

Los tiempos de la memoria:
Onomásticos en discordia
Valentín Albarrán Ulloa
1. El tiempo.
Para significar el tiempo de la memoria se pueden tomar dos caminos, entender primero a la memoria y darle en ella su lugar al tiempo, o bien, comprender al tiempo para que nos hable de la memoria. Intentaré tomar el rumbo de la segunda opción, y espero, por cierto, que no me lleve mucho tiempo.

Se dicen muchas cosas del tiempo: que este es el nuestro, que es infinito, que nos trasciende, que ya no lo tenemos o que se nos va de volada. Einstein, el físico más importante del siglo XX y probablemente de la historia, decía que si se viaja en línea recta a la velocidad de la luz se viaja al futuro, y si se viaja en zigzag, llega uno hasta el pasado. Ante aseveraciones de tal envergadura de pronto uno se la cree y hasta deduce de ello que el tiempo existe a pesar nuestro. Le dicen a uno que en Europa van entre 7 y 9 horas antes y que en Japón nos llevan medio día de ventaja, como si además de aceptar de facto la teoría del Big Bang, todavía existiera algún registro de que Asia era la cara de la tierra que daba al sol cuando ésta se acomodó a su alrededor, de lo cual se deriva la idea de que allá es oriente porque allá es el origen y Europa occidente porque el ocaso del sol tuvo lugar ahí durante muchos siglos, hasta que se descubrió América.

Lo que si podemos conceder, al menos hasta que no aparezca la venganza de Ptolomeo y nos convenza de otra cosa, es que existe el movimiento de rotación que nos procura una dosis de sol cada día, y el de traslación que nos asegura una fiesta de cumpleaños.

En términos menos burdos y desde el punto de vista de la psicología colectiva de Blondel (1928), las cosas son primero porque se nombran, porque les hemos asignado una palabra de la que se genera una idea y luego y a partir de ella aparece la cosa. El tiempo no existiría si no tuviera nombre y tampoco si no nos generara una idea. Los nombres, las ideas y los significados se posibilitan por la comunicación simbólica que mantenemos con los demás (Mead, 1927) y a partir y en función de la cual formamos grupos. Por lo tanto el tiempo es lo que cada colectividad ha decidido que sea, o como diría Maurice Halbwachs (En Mendoza, 2001), pionero de la memoria colectiva: “hay tantos grupos como orígenes de tiempos diferentes” (pp. 109-110). Para los chinos uno va adquiriendo cualidades de animales dependiendo del momento del ciclo temporal en que se nace, el cual además de ser cada doce meses, es cada doce años y por cierto empezaron a contarlo desde mucho antes porque ya van como en el cinco mil. En la Mesoamérica prehispánica, los ciclos de producción agrícola les dieron la pauta para nombrar los periodos y dividir las etapas anuales. La considerable preponderancia que los usos de la sociedad occidental de matiz judeocristiano ha alcanzado alrededor del mundo, ha promovido que exista un cierto consenso entre todos los países para adoptar el conteo del tiempo de la era cristiana, o mejor dicho, para traducir el de cada cual a un lenguaje más comunicable, acción ésta que no necesariamente significa el abandono de la concepción del tiempo de la cultura de referencia, sino sólo su adaptación funcional. Y para dejar atrás mi escepticismo inicial con respecto a la independencia del tiempo, baste recordar que nuestra era, la cristiana, está muy mal contada, toda vez que si se inició con el nacimiento de cristo, por qué la navidad es el 25 de diciembre y no el 1° de enero, y si ya llevamos 2006 años, cómo es que se calcularon por lo menos mil cuatrocientos noventa y dos años si hasta antes de ello el concepto del cero, aportado por la cultura Maya, no se incluía en el conteo, ya existía gracias a los árabes, pero no tenía aceptación en la concepción judeocristiana.

Sea cual sea el conteo acertado, las sociedades comparten la necesidad de otorgarle una cierta sistematización a los ciclos físicos para volverlos simbólicos y poderlos comunicar entre nosotros y porqué no, comunicarnos con ellos.
Las formas más adoptadas y esquemáticas resultan ser el calendario de doce meses, las semanas de siete días, los días de veinticuatro horas, etc. Se trata de una división del tiempo que no es arbitraria sino que obedece a una tradición, quizá la más extendida de todas. Para Halbwachs (ídem), es necesario que el tiempo se divida de esta manera porque si cada grupo mantiene las duraciones de sus divisiones, no habría posibilidad de “establecer ninguna correspondencia entre su movimientos” (p. 104) y por lo tanto no habría manera de que los miembros de un grupo participen de otro como efectivamente sucede.

Sin embargo, dicha división del tiempo además de no ser tan exacta y tan celosa en términos prácticos, no constituye, como veremos a continuación, la única dimensión que las sociedades se han dado para comunicar su tiempo y sobretodo para habitarlo.

2. Los tiempos colectivos
El término colectividad puede ser muy ambiguo en cuanto a que no hay acuerdo respecto al número de integrantes necesarios para poder llamar, con toda certeza, de esa manera a una agrupación de gente. Es más, existen multitudes que no merecen ese rango, o individuos que por sí solos forman ya un colectivo, como el Che Guevara o Maradona. Por ello, resulta más adecuada la definición que el Dr. Fernández Christlieb (1994) interpreta de Halbwachs:
“La colectividad parece ser todo ámbito y ambiente de comunicación sea en acto, en símbolo o en objeto, de suerte que el término comprende sociedades, grupos, individuos, vecinos de barrio, clases sociales, corrientes de opinión, etc.” (p. 97).
Y sentencia:
“Lo que hace a una sociedad no es la cantidad de gente que aglutina, de modo que hay sociedades de dos, como los matrimonios y las parejas, de varios como los grupos de amigos o colegas, de miles como los pueblos, de millones (Manuscrito, 2000, p. 2).

Los colectivos son eso, sociedades grandes o pequeñas pero con acuerdos y características propias entre las que se encuentra la manera de entender su tiempo.
En los tiempos que corren, las personas conviven e integran varios grupos o colectivos cotidianamente, cada cual con una concepción del tiempo distinta. El tiempo familiar no es el mismo que el del trabajo; el del descanso no se parece al de la diversión. Las metrópolis parecen adoptar un tiempo ajeno al de las comunidades rurales. Las vacaciones constituyen una época cuya lógica es más bien relajada, a pesar de tener que cumplir con los itinerarios del medio de trasporte que se elija, mientras que los horarios de la escuela y el trabajo lo ponen a uno como acelerado, apurado porque tiene que terminar sus deberes.

Lo cierto es que el tiempo, como la energía, no se crea ni se destruye, pero ¡ah cómo se transforma! Cuando uno cambia de grupo cambia de tiempo, un tiempo que se parece más al de la música que al del movimiento solar y por lo tanto tiene más que ver con el ritmo que con los relojes. Cada colectividad tiene su propio ritmo, es su manera de entender el tiempo, de comunicarse con él, y es que las conciencias colectivas, sentencia Halbwachs (En Mendoza, 2001), “son el único medio para permanecer en un tiempo real lo suficientemente continuo como para que un pensamiento pueda recorrerlo en todas sus partes [pasado, presente y futuro], viviéndolo y guardando el sentimiento de unidad” (p. 104)

3. Tiempo y Memoria
Abordemos, ahora sí, el problema de cómo es que se relacionan el tiempo con la memoria y de porqué se dice que el tiempo es un marco de la memoria, uno de sus marcos empíricos (Fernández Christlieb, 1994). Primero porque, a decir de Fernández Christlieb, “la comunicación y el pensamiento de los diversos grupos de la sociedad están estructurados en marcos” (1991, p. 99) y tres años más tarde (1994), el autor complementaría, “el tiempo es un marco donde se mueve la vida” (p. 104), de lo que se deduce que es en él donde la memoria tiene que hacer su trabajo, tiene que recorrerlo para encontrar el pasado. Segundo, porque el tiempo, caracterizado como lo hemos hecho, da la pauta para recordar. Dentro de una época determinada son posibles sólo cierto tipo de acontecimientos, por lo que el recuerdo de una época remite sólo a los hechos que pudieron suceder en la misma, es decir, el marco temporal y su ritmo nos remiten a los eventos característicos de las vacaciones o los días hábiles, de la infancia o la juventud, la mocedad o la vejez, la estación o época del año, e incluso, el momento del día: matutino, vespertino o nocturno en que la naturaleza del evento recordado es factible. (Halbwachs, 1968) Se puede aducir que existen hechos cuya ocurrencia dista mucho de las características del tiempo en que sucede, sin embargo, cuando la naturaleza del evento no corresponde con las características de una época o temporada, esa disonancia resulta tan extraña y tan excepcional , que por sí sola es susceptible de significarse y, por tanto, encuentra por oposición, la viabilidad de su recuerdo.

Según Blondel (1928), la Historia hace su aportación en el ejercicio de recordar, toda vez que las fechas “procedentes de la historia, nos sirven en su totalidad de puntos de referencia para situar el detalle en nuestro pasado” (p.149). Sin embargo, como apunta Mendoza (2001), “las fechas [como todo lo demás] no tienen significado alguno por si mismas” (p. 19) lo que verdaderamente les otorga su significado es el grupo al que se le presentan los hechos, a través de cuya lógica se interpretan y se les asigna un lugar específico del calendario para ser comunicados al resto de los miembros que lo conforman o que lo conformarán más adelante. O bien, si hubiere necesidad, que a menudo la hay, para comunicarlos al resto de los grupos con los que se tiene contacto. Dicha comunicación se traduce entonces en cumpleaños y natalicios, primeras comuniones, bodas de oro, días de la revolución o de la independencia, navidad y fiestas decembrinas, días de muertos, cambios de estación y casi todo tipo de onomásticos. Los hay tanto para celebrar un suceso especialmente alegre, como para conmemoran uno más bien funesto como los aniversarios luctuosos, lo cual manifiesta claramente que las colectividades no sólo recuerdan lo que les agrada, también le dan un lugar a lo que las lastima, porque ha sido una parte importante, si no es que inaugural de ese grupo. El hecho de celebrarlos el mismo día cada año les provee de la suficiente estabilidad para facilitar su recuerdo, y cada lustro o década las celebraciones son más elocuentes, qué decir si se llega al centenario: la conmemoración es verdaderamente estrepitosa, como si la emoción en lugar de desvanecerse con el paso del tiempo, se fuera acrecentando. Es más, si lo que se celebra son ya dos milenios de mantener una sociedad, hasta se piensa que el mundo se va a acabar y la celebración no desentona.

Cada grupo o colectivo los conmemora de diferente manera: con misas como los devotos, fiestas como los borrachos, mítines, marchas o paros como los activistas, comidas como los exalumnos, desfiles como los corporativistas, viajes como los pacientes matrimonios, ofrendas como los deudos, recargas de energía como los esotéricos o con días de asueto como los sindicalizados. El caso es que comúnmente los colectivos asumen para conmemorar una forma característica del suceso o la sociedad que se recuerda. Dice Fernández Christlieb que cuando se vive el pasado, uno “se mueve con los objetos y los movimientos de alguna otra época” (Manuscrito, 2002, p. 7), por eso es que las personas hasta se disfrazan de cadáver o de época como se dice, sacan del baúl de los recuerdos la chamarra preparatoriana o el atuendo de antaño, acuden al mismo lugar, hablan de las mismas cosas que el año pasado y que el anterior a ese, escuchan la misma música y entre trago y trago se les ve con la mirada perdida como viendo la película de su propia vida, es decir, se reproducen a sí mismos.

4. Tiempo y Olvido
Se dirá, sobretodo a la luz de la relación que guarda con la memoria, que el tiempo poco o nada tendrá que ver con el olvido, y sin embargo, como se verá más adelante, también guardan una estrecha relación.

Si para recordar, para rearmar el rompecabezas de su vida, las personas necesitan de los grupos y de todo lo que estos construyen: el lenguaje, el tiempo, las tradiciones, los objetos, etc., y estando en su seno, no pueden no comunicarse o dejar de generar experiencias y recuerdos, entonces el olvido es la ausencia de la propia colectividad. Uno no puede ir por la vida cargando y comportándose de acuerdo a las lógicas de todos los grupos en los que participa. Adopta la conciencia del grupo que se dispone a ocupar, si no, no está en ese grupo. Existe la posibilidad de que uno se encuentre en una comida familiar y su mente esté recordando una jugada de su equipo de fútbol, o que uno asista a un congreso de psicología y esté pensando en su pareja que no asistió, en cuyos casos, no es que no se esté en la sociedad, es que se está en otra y se vale. Halbwachs (1950) escribió al respecto que en la medida en que vamos ocupando la corriente de pensamiento de un grupo, dejamos la de otro, pero no la perdemos, simplemente no la tenemos conciente. Luego entonces, la olvidamos por el tiempo en que tardamos en volver a esa otra conciencia, misma que regresa a nuestro pensamiento de muchas maneras como cuando decimos: “¡Chin, ya es hora, me tengo que ir!” U ¡olvide que tenía que ir al banco! Que no es lo mismo que decir ¡Fíjate que no me acordaba pero tengo un compromiso! Con una cara más bien de ocurrencia que de olvido, y la sorpresa del recuerdo nadie nos la cree. Cuando si es muy evidente es cuando entramos al salón de clases y la sola cara del maestro nos recuerda que olvidamos la tarea. Uno no sabe que está olvidando algo hasta que lo recuerda, o más bien, hasta que aparece esa sociedad que se lo recuerda a uno. Por eso Gardel sintió que veinte años no fueron nada sólo hasta que volvió, y pudo entonces contarlos por cierto, con la frente marchita.

Algo similar pasa con el sueño. Uno no sabe cuanto durmió hasta que el reloj se lo hace saber, y tampoco se sabe que lo que uno está viviendo es un sueño hasta que se despierta y por lo regular no se acuerda de lo que soñaba, y si lo logra, no le dura mucho tiempo el gusto.

Para Halbwachs (En Mendoza, 2001) esta imposibilidad de fijar el recuerdo se debe a que en esos momentos no tenemos conciencia del tiempo, no estamos inmersos en una concepción del tiempo. Luego entonces, el olvido es la inconsciencia del tiempo en que se vive.

5. Tiempo y Poder.
Volviendo a las celebraciones, qué pasa cuando no es uno sino al menos dos grupos los que le atribuyen un significado distinto al mismo día del calendario, qué sucede cuando dos conciencias diferentes son tan concientes de sus tiempos que necesitan defender su onomástico porque en ello radica su origen, su razón de ser y su porvenir. A menudo sucede que de un mismo evento emanan significados y por lo tanto recuerdos distintos, esto es porque en primera, ambos grupos, o los que hayan sido, los vivenciaron, fueron protagonistas en alguna medida, y en segunda, porque de inicio perseguían objetivos distintos, acordes a sus necesidades y lógicas propias. El caso es aún más complicado cuando la controversia implica no sólo versiones distintas sino opuestas, polarizadas.

Sin duda, la comprensión del fenómeno requiere considerar una noción de poder, y aún más, una noción de Historia. Continuemos diciendo que la historia no es vivencial por, al menos dos razones; la una porque quién la investiga o la escribe no fue protagonista ni formó parte de los grupos que participaron directamente del suceso que se estudia, y la otra porque el historiador tampoco obtiene su identidad ni es heredero de dichos grupos. Es por ello que a veces se piensa que la distancia conceptual e identitaria que guarda el historiador respecto de aquellos, le confiere una cierta objetividad científica, misma que no es el tema de análisis del presente pero que tampoco es tal. Los análisis e incluso los nombres que la historia le atribuye a los sucesos, épocas, batallas, apodos de los héroes, etc., no corresponden necesariamente con la vivencia de los grupos. Aunque tanto la Historia como la memoria se reconstituyan desde el presente, organizando los hechos para que desemboquen de una manera lógica en la realidad actual, la memoria lo hace sobre la base de las tradiciones y la lógica colectivas, mientras que la Historia, al menos la oficial, entendida como la versión del pasado escrita por los historiadores afines o cercanos a los círculos de poder (gubernamental, académico, religioso, etc.) y cuyas interpretaciones han gozado, por lo tanto, de un mayor abanico de recursos para ser difundidas, se basa en el dato comprobable, más no vivido. Y como ya se dijo, el dato por sí sólo no comunica nada. El poder necesita reivindicar la versión del pasado que le es conveniente a sus intereses, y si no la hay, suele mandarla escribir, para después adjudicarle al rango de versión oficial.

Por eso, si un grupo necesita legitimarse como lógico descendiente o heredero de un pasado, por lo general no le basta la versión de su memoria. Requiere además que la versión de la Historia le acredite como tal. Iñiguez apunta que “para el orden social constituido, se hace imperativo dotar a la memoria de consistencia lógica, es decir, que los hechos posteriores sólo sean accesibles a través del repaso de la ocurrencia de unos precedentes. En otras palabras, proscribir las historias y construir la Historia” (Iñiguez et al., en Páez et al, 1998, p. 268), o lo que es lo mismo pero en palabras de George Orwell: “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado.” (Cole, 1990, en Middleton y Edwards, 1992). Cuando se ejerce este control, se está ejerciendo evidentemente un poder. Su éxito no radica sólo en imponer una versión, sino en sostenerla en el tiempo y emplear todos los medios a su alcance para apagar los intentos de que otra versión surja, esto es, ocupando sus espacios, resignificando sus fechas, renombrando sus conceptos y destruyendo sus vestigios. Dice Mora (1993): “Todo lo que pueda perjudicar la imagen oficial de nuestros héroes, se minimiza o se suprime sin más” (p. 56) Ante un suceso doloroso “en la historia no sirve de nada lamentarse por el pasado” (p. 53) mientras que en el memoria no se tiene esa opción.

Ejemplos de ello sobran. El más evidente quizá sea la construcción de la catedral Metropolitana por parte de los españoles sobre los escombros del Templo Mayor que previamente habían demolido, o cuando les fue imposible acabar con un culto profunda y ancestralmente arraigado entre los nativos, se renombró el objeto del mismo y se le llamó Virgen de Guadalupe a la otrora Tonatzin (Díaz, 2004), y su celebración paso del 8 al 10 de septiembre para establecerse después el 12 de diciembre (Florescano, 1987), día en que se le celebra hasta la fecha.

La fecha de la celebración tanto de la promulgación como de la consumación de la independencia de México parece haber corrido la misma suerte. Cuenta el historiador Mora (1993) que el primer acto conspirador de Independencia, de los cinco que precedieron al de Miguel Hidalgo, se llevó a cabo en 1566, encabezado entre otros, por un hijo mestizo de Cortés y la Malinche, razón por la cual la Historia oficial actualizada le ha restado importancia, pero, al igual que el último, también fue un intento de criollos y mestizos y hasta figuraba entre las páginas de un libro de texto de los años treinta del siglo XX (p. 55). Curiosamente el segundo y cuarto intentos tuvieron lugar un 15 de septiembre, pero de 1794 y 1808 respectivamente, y también en septiembre de 1809 José Mariano Michelena hizo su luchita. Engañosamente fue el quinto malo, sin embargo su intentona, le aseguro una curul en el nuevo congreso años más tarde.

Todo parece indicar que el levantamiento de Hidalgo, se reivindica por su mayor cercanía temporal con la consumación, es por tanto, el que tuvo éxito para la Historia, escrita a la luz y al cobijo de los acontecimientos. La cual no atina que en la vivencia de la sociedad novo hispana, todos los intentos tuvieron su valor y aportaron una batalla que a la postre redundó en la victoria de la guerra.

Así mismo, la fecha en que se consumo la independencia sufrió sus alteraciones. El modesto historiador José María Bocanegra, coetáneo y partícipe vivencial, narra en el primer tomo de su texto “Memorias de la Historia de México Independiente” (1892), cuyo título ilustra sobremanera el punto, que Agustín de Iturbide declara consumada la independencia de México el 27 de septiembre de 1821, como resultado de la adhesión de un buen número de provincias al Plan de Iguala. La fecha en realidad representaba la de su natalicio, quería adjudicarle a la celebración de semejante suceso la fecha de su onomástico, toda vez que había varias fechas en las que se podía haber hecho menos esa. El 15 de septiembre de 1821 se proclama la independencia del Reino de Guatemala y la firma al otro día el entonces representante de la Corona española, Sr. Gaiza en su propia casa. El 21 de febrero de 1822 el Congreso constituyente declara entre otras, fechas nacionales al 16 y 27 de septiembre. No fue sino hasta el 8 de abril del 23 cuando la independencia efectivamente tuvo lugar al abolirse el sistema monárquico heredado de España. Sin embargo, el nuevo congreso republicano, formado por representantes de todas las provincias, ignora la fecha y reivindica el 16 de septiembre por el grito de Dolores y el 4 de octubre por la aprobación de la nueva constitución nombrándolos días de fiesta nacional, frustrando las intenciones del efímero emperador.


6. Los tiempos de la memoria
Cómo se puede advertir, los tiempos de unos no fueron los de los otros, y el que rió al último impuso su pasado y sus significados. Privó al resto de los grupos de la conciencia de su tiempo a fuerza de reivindicar y celebrar otras fechas con una constancia tal que hoy, casi dos siglos después, la vida productiva del país se paraliza los días 15 y 16 de septiembre y la gente celebra cantidad, sin importar que la fecha no es cronológicamente la correcta, ni que los tiempos que corren sean, quizá, los de menor independencia del país en toda su historia. Como Hanssell y Gretel, las memorias ya no encuentran el camino hacia el hogar de sus tradiciones, cuando el vuelo alto del poder desciende a comer los rastros que exprofeso habían dejado.

Si se hubiere dejado emerger al resto de las versiones, probablemente habría muchas celebraciones, y ninguna hubiera alcanzado el rango de oficial, por que a diferencia de la Historia, la memoria defiende una versión diferente, e incluso crítica, del presente legitimado por aquella, por lo que se convierte en un elemento profundamente subversivo si se le deja emerger, o bien, si se abre camino por sus propios medios, toda vez que remueve los orígenes mismos del discurso dominante.
La inconsciencia temporal característica del olvido, no proviene, como se ve, forzosamente de un hecho fortuito. La ausencia en el pensamiento de los significado colectivos de un grupo, se busca, y a menudo se encuentra en la imposición de unos otros significados que marginan las posibilidades del crecimiento de un grupo, limitando sus medios, sus espacios y sus tiempos, necesarios para la conmemoración de su pasado.

Las memorias relegadas no se vencen, no saben hacerlo, porque son el vehículo de subsistencia simbólica de los colectivos. Se procuran siempre un resquicio para sí. Y esperarán que el tiempo les acerque el acontecimiento que les garantice su continuidad.

Bibliografía
Blondel, Charles (1928). Psicología Colectiva. México: Editorial América, 1945.
Bocanegra, José María (1892) Memorias de la Historia de México Independiente. México: INEHRM, 1985. Tomo I.
Cole, Michael (1990) ”Prefacio”. En Middleton, David y Edwards, Derek. (comp.) Memoria Compartida. La Naturaleza Social del Recuerdo y del Olvido. pp. 13-15. Barcelona: Paidós, 1992.
Díaz, Alfonso (2004) Las Formas de la Memoria Colectiva en la Transmisión del Pasado: El caso del Guadalupanismo en México. Tesis de Licenciatura. México: UNAM.
Fernández Christlieb, Pablo (1991). El Espíritu de la Calle. Psicología Política de la Cultura Cotidiana, p. 99. México: Universidad de Guadalajara.
Fernández Christlieb, Pablo (1994) La Psicología Colectiva un Fin de Siglo más Tarde, pp. 94-111. Barcelona: Anthropos.
Fernández Christlieb, Pablo (2000). La Melancolía, una Depresión Cultural. (Manuscrito presentado en la Facultad de Psicología-UNAM para la presentación del libro: Fernández Christlieb, Pablo (1999) La Afectividad Colectiva. México: Taurus, en noviembre de 2000.
Fernández Christlieb, Pablo (2002). Memoria Colectiva. Psicología Histórica. Olvido Social. Manuscrito inédito, México.
Florescano, Enrique (1987) Memoria Mexicana. México: FCE, 2000
Halbwachs, Maurice (1950). La Mémoire Collective. París: PUF, 1968.
Halbwachs, Maurice (1925). La Memoria Colectiva y el Tiempo. En Mendoza, Jorge (2004) El Conocimiento de la Memoria Colectiva. Tlaxcala : Universidad Autónoma de Tlaxcala, 2004, pp. 103-137.
Iñiguez, Lupicinio et al. (1998) La Construcción de la Memoria y del Olvido: Aproximaciones y Alejamientos a la Guerra Civil Española. En Páez, Darío et al. (1998) Memorias Colectivas de Procesos Culturales y Políticos p. 268. Bilbao: Universidad del País Vasco.
Mead, George H. (1927). Espíritu, Persona y Sociedad. Desde el punto de vista del conductismo social. Buenos Aires: Piados.1972.
Mendoza García, Jorge (2001) El Conocimiento de la Memoria Colectiva. Tlaxcala : Universidad Autónoma de Tlaxcala, 2004, p. 104.
Mora, Juan Miguel de (1993) El Gatuperio. Omisiones, mitos y mentiras de la historia oficial. México: Siglo XXI, pp.53-56.

lunes, 30 de julio de 2007

Sudar la camiseta

Cuando uno ve una camiseta empapada, salir de un campo de fútbol, puede rastrear, entre los vestigios que dejan las marcas del sudor, la intensidad con que se jugó el partido. Puede leer el compromiso contraído con un proyecto colectivo. Puede entender el coraje y la ira de la derrota de la misma forma que comprende la algarabía y la euforia en la vestimenta del triunfador. Puede atreverse, incluso sin haber visto el partido, a sentenciar quién dejó todo en la cancha y quién no. Se podrá decir hasta el cansancio que exagero, que el fútbol es sólo un juego, y ni duda cabe, pero es tan poderoso el juego, que nos hacer pensar que la propia vida también lo es.

Chino Albarrán.

miércoles, 30 de mayo de 2007

ASÍ CÓMO CHIVAS...

Esta vez no me extrañan las declaraciones ni los análisis televisivos. No se me hace raro que los comentaristas de una y otra televisora le den el espaldarazo a un arbitro que pitó vergonzosamente el segundo encuentro de la semifinal entre los archírivales. No me extraña que en el Ajusco y en San Ángel se regocijen porque las circunstancias les proveyeron un cartel ad hoc, para alimentar una rivalidad artificial que ellos mismos generaron el año pasado, acerca de cuál de ambos equipos era el mejor de México, si los Tuzos o la Águilas. No me sorprende que se diga que la expulsión fue por un codazo, porque eso es lo que hace pensar una toma, y no se analice: 1) que el árbitro no tenía ese ángulo, 2) que en la otra toma de que disponen con su tan cacareada tecnología, jamás se ve el movimiento del codo hacia atrás de Pineda y 3) lo más evidente, que Santiago Fernández jamás se lleva la mano a la cara como cualquiera que sufre o quiere hacer creer que sufrió un codazo, sino al estómago, donde sí pasaron los tachones izquierdos del jugador expulsado. De toda esa información disponían y también del tiempo suficiente para preguntarle al silbante qué marco, o ver la cédula arbitral a través de algunos de los muchos elementos con que cuentan ambas empresas, pero era más fácil analizar sólo una toma que por distante no arroja con claridad ninguna evidencia.

Lo verdaderamente importante no es la expulsión de Gonzalo, que de todas forma si era, sino la posibilidad de que el árbitro marque algo, lo que sea, y después, discrecionalmente, lo tipifique como sanción de acuerdo a lo que las tomas de la televisión sugieren, de tal suerte que se escudaría tras las versiones de los comentaristas que fungirían como su jurado, justificando de esta manera su falta de profesionalismo y atención en la jugadas e incluso atentando contra su propio trabajo. Las televisoras no pueden ser tribunales de nada, y menos, si son dueñas de los equipos que compiten.

Pero esta vez, la torpeza arbitral no podemos convertirla en consigna, ni convertir en duda si evidente mediocridad. Esta vez no hay cómo concederles a los escépticos de siempre ni siquiera la duda razonable a sus eternas y muchas veces seductoras teorías del complot. Esta vez no hay cómo citar a Maquiavelo en la narración de una conspiración innecesaria.

Y es que cómo hacerlo, Chivas. Cómo invocar los millones de dólares que le pudo haber transferido Azcárraga a Gasso si el propio Vergara ha mostrado un perfil bastante más conspiratorio y viseral, que recuerda los tiempos más prolíficos de Tele Sistema Mexicano cuando Emilio padre socorría y alimentaba los más terribles ultrajes de Echeverría a través de sus frecuencias, a cambio de exenciones fiscales y otras concesiones, como se puede suponer que ahora sucede con Jorgito y Felipillo. Cómo comparar ese colmillo con los dientes de leche de Emilio Jr. Cómo creer en Vergara si en lugar de pagarle lo que se merece al mejor portero de México, opta por regalar millones en sobres de Omnilife que literalmente se van por el escusado, o miles de playeras que nadie quiso en la tribuna o cientos de desplegados y apuestas que ya nadie secunda. Cómo extrañar a Oswaldo si el dinero que efectivamente se merecía, pero que no necesitaba, pudo más que lo que se merecía su público de él, que lo aguantó 10 años sin reprocharle nada, sólo para verlo como campeón. Cómo esperar el bicampeonato si el Bofo se olvidó del coraje, de “My Angel” y del par de huevos en el desayuno. Cómo aspirar a la cima, si el peor adversario te manda a la lona tres veces y sin contestación, en el mismo round. Cómo... si el capo cañonieri no arriesgo una sola vez el físico como lo hizo en cada uno de los once goles que lo llevaron al título de goleo. Cómo... si el “venado” corría como “mula” de Tres Marías. Cómo... si se usa de lateral a uno de los mejores extremos derechos de privilegiada zurda natural como lo es la de Ramoncito, facilitando la chamba otra vez a un gringo Castro-so, como en Coréa-Japón. Cómo... si la ecuanimidad que le permitió anotar aquellos soberbios penales en la Confederaciones y en la Concacaf, abandonó a Pineda. Cómo... si del chorro de coraje, deseos y autoestima que los llevó a levantar la Once hace seis meses, nomás les quedó un chisguete.

Así cómo, Chivas... Así no se puede ganar y, con ello, disfrazar la depresión, la carencia y la histeria colectivas, y motivar la enjundia de gran parte de los mexicanos, como las once veces de ayer. Así no se puede ni arderse ni acusar ni despotricar contra nadie, sólo contra la propia impotencia de no haber jugado a la altura de lo que demanda un rival, una historia y una camiseta rayada.